La probabilidad de un impacto depende del tamaño del objeto: cuanto más grande sea el cometa o asteroide, menor la probabilidad, porque hay muchos más objetos pequeños que grandes. Todos los días, una gran cantidad de desechos –la mayoría del tamaño de granos de arena- golpean la atmósfera de la Tierra y se queman. Son las “estrellas fugaces” que se ven por la noche. Algunas rocas más grandes sobreviven el descenso por la atmósfera; algunos de estos “meteoritos” pueden verse en los museos. Los objetos verdaderamente peligrosos, lo bastante grandes para provocar una catástrofe regional o global con su impacto, pueden aparecer cada cientos de miles de años. Por eso, la probabilidad anual de que un objeto así se estrelle contra nosotros es más o menos de 1 en 300,000 –nada preocupante.
Muchos científicos creen que un asteroide muy grande (de unas seis millas de diámetro) se estrelló contra la Tierra hace 65 millones de años cerca de la península de Yucatán en México. El impacto provocó condiciones catastróficas en todo el planeta, con espesas nubes de polvo y cenizas que hicieron que las temperaturas se precipitaran, y que causaron la extinción de los dinosaurios y de la mayoría de la vida terrestre.
La trayectoria que la Tierra sigue en su órbita alrededor del Sol está llena de incontables trozos de desechos. A diferencia de los dinosaurios, nosotros disponemos de los medios para localizar los más grandes de estos objetos. Conocidos en inglés con el acrónimo NEOs (Near-Earth Objects) podemos también calcular sus órbitas, y ver si se nos acercarán alguna vez. Actualmente, hay varios telescopios que observan el cielo en busca de ellos.