Asteroides

Al inicio del siglo diecinueve, un grupo de astrónomos europeos conocido como la Policía Celeste buscaban un nuevo planeta.  Según una fórmula matemática muy popular, debía de haber un planeta entre Marte y Júpiter.  El 1 de enero de 1801, Giuseppi Piazzi, el director del nuevo Observatorio de Palermo, descubrió un punto luminoso parecido a una estrella en la constelación de Tauro.  Observaciones posteriores unas noches después mostraron que el objeto se había movido con respecto al fondo de estrellas, lo que indicaba que estaban cerca de la Tierra. Piazzi pensó que había encontrado el planeta que faltaba, y le llamó Ceres.

Un Gigante Menor: Ceres
A close-up view of Comet Tempel 1 from the Deep Impact probe.

Ceres es sólo una cuarta parte del tamaño de nuestra Luna.  A pesar de ello, su gravedad es lo bastante fuerte para haberle dado a Ceres su forma esférica.  Los materiales más pesados se depositaron en el centro del asteroide, mientras que las rocas más ligeras ascendieron a la superficie.  La superficie de Ceres está compuesta de roca oscura, rica en carbono mezclada con una cantidad considerable de agua. Es similar a muchos meteoritos que caen a la Tierra, lo que indica que proceden de la misma región del sistema solar.  Una misión a Ceres en la próxima década ofrecerá la primera vista de cerca del gigante de los asteroides.

Pero el año siguiente, los astrónomos descubrieron un segundo objeto en una órbita similar, y luego otro, y otro.  No era un planeta, habían descubierto el primero de los asteroides –grandes trozos de roca sobrantes de la formación del sistema solar.  Ceres es el más grande, con un diámetro de unas 600 millas (1,000 km).
         
Los astrónomos han descubierto muchos miles de estas rocas, y con las búsquedas automatizadas, cada año descubren miles más.  La mayoría orbitan el Sol, en una amplia región conocida como el cinturón de asteroides, que está entre las órbitas de Marte y Júpiter.

Durante mucho tiempo, los astrónomos pensaron que Ceres y los otros asteroides eran los restos de la explosión de un planeta.  Pero hoy, casi todo el mundo cree que la gravedad del cercano Júpiter impidió que los asteroides se juntaran para formar un planeta, colocando a ambos en órbita alrededor del Sol. 

Es posible que los asteroides estén formados de roca y metal.  En los más grandes, el desgaste de los elementos radiactivos calentó el interior, haciendo que sus materiales se “diferenciaran.”  En otras palabras, la gravedad arrastró a los materiales más pesados, como el hierro y el níquel, al centro de estos asteroides, mientras que rocas más ligeras subieron “flotando” a la superficie, creando una estructura similar a la de la Tierra y los demás planetas interiores.

Ridges, boulders, and craters on the knobby surface of Eros.

Desfiladeros, rocas y cráteres en la nudosa superficie de Eros

En muchas películas de ciencia ficción, el cinturón de asteroides es como una carrera de obstáculos cósmica, pero la realidad es menos dramática: los asteroides están tan separados que una nave espacial puede maniobrar fácilmente por el cinturón sin siquiera ver un asteroide, y mucho menos chocar con alguno.

A pesar de ello, a lo largo de la vida del sistema solar, los asteroides del cinturón han experimentado incontables colisiones, rompiéndose en pequeños trozos que quedan vagando por el sistema solar.  Las colisiones y las cuasi-colisiones también han desviado algunos asteroides de su órbita y los han lanzado al interior del sistema solar. 

Varios miles de estos cuerpos forman una clase conocida como Asteroides Cercanos a la Tierra, porque sus órbitas cruzan la órbita de la Tierra alrededor del Sol o se acercan a ella.  Puede que haya hasta mil de ellos con un diámetro de por lo menos un kilómetro.  Si un asteroide así se estrellara en la Tierra, podría destrozar una ciudad y afectar al clima de todo el planeta.  Un asteroide con un tamaño varias veces superior podría devastar todo nuestro planeta.

De hecho, hay evidencia de que la Tierra sufrió varias colisiones muy potentes en un pasado lejano.  La más famosa ocurrió hace 65 millones de años, cuando un asteroide de varias millas de diámetro se estrelló en lo que hoy es Yucatán.  La explosión resultante y la onda de choque, la lluvia ácida y las nubes que bloquearon la luz solar pueden haber provocado la extinción de la mayoría de las especies de la Tierra.  Un impacto todavía mayor, hace 250 millones de años, pudo haber producido la mayor extinción jamás registrada.

A pesar de la amenaza, los asteroides también ofrecen oportunidades. 

Como son restos de la formación del sistema solar, deberían aportar pistas acerca de la composición de la nube de material que dio origen a la Tierra y los otros planetas.  Y, al ser ricos en metales –y quizás en agua- podrían proporcionar recursos para la exploración y colonización del sistema solar. 

Explorar estos mundos diminutos, sin embargo, no será fácil.  Su gravedad de superficie es una fracción de la terrestre.  Con una fuerza tan débil, se requiere muy poca energía para escapar de un asteroide y elevarse al espacio; podría bastar con una buena bola rápida de un lanzador de béisbol.  Como un astronauta pesaría menos en un asteroide que una pelota de béisbol en la Tierra, cada paso mandaría al astronauta muy por encima de la superficie.  Los astronautas tendrían que usar pequeños cohetes portátiles para flotar por encima de la superficie de estos remanentes rocosos.

Exploracion de Cuerpos Pequeños